En cierta ocasión, una paciente (muy sobrada de kilos, por cierto), hacía en la consulta la siguiente reflexión: “Mira, Jose Antonio, yo estoy gorda porque como. Y cuando una persona gorda como yo me dice que no come y engorda, le contesto: Vete a Somalia, a Biafra, a Etiopía... Allí, que de verdad no comen, busca. A ver cuantos gordos encuentras”.
Desde entonces, recuerdo la anécdota en multitud de ocasiones, ya que en multitud de ocasiones he oído la frase “no como y engordo”.
Cierto es que comiendo lo mismo unas personas engordan y otras no, o unas engordan más y otras menos, pero igual de cierto es que sin comer no se puede engordar. Esta diferencia depende del gasto energético de cada persona. Hay quien gasta más y quien gasta menos energía para mantener sus funciones corporales habituales, lo mismo que si cogemos dos coches de la misma marca y el mismo modelo, fabricados en la misma cadena de montaje y el mismo día y los ponemos en carretera a la misma velocidad, uno gastará más gasolina, o quemará más aceite, o desgastará más las ruedas que el otro.
Seguro que si vamos cuatro personas a comer a un restaurante, nos pesamos en una bascula de precisión justo antes de comenzar a comer, comemos y bebemos exactamente la misma cantidad y el mismo tipo de comida y bebida (pesado al miligramo) y nos volvemos a pesar en la misma báscula cuando nos levantamos de la mesa, la diferencia de peso respecto al inicial será distinta en cada una de las cuatro personas. Y esto es, como hemos dicho antes, porque el gasto de energía en digerir los alimentos, en la respiración, en los latidos del corazón, etc., es distinto en una persona que en otra.
Conclusión lógica: Si para mantener el peso necesitamos pocas calorías porque nuestro organismo es “ahorrador”, lo que tendremos que hacer es aumentar el gasto energético, es decir, hacer más ejercicio.
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