No quiero convencer a nadie de nada.
¿Quién soy yo para decir que algo es como yo digo?
Yo solo quiero dar a conocer (mostrar, que no demostrar) lo que entiendo como cierto en este momento, ya que lo que veo ahora como tal no tiene porqué coincidir con lo que pensaba hace unos años y, casi con total seguridad, no lo hará en un futuro.
En todo caso, que sea mi propia convicción la que te convenza, no cualquier esfuerzo que pueda hacer para convencerte porque cuando se está seguro de algo, no hacen falta razones para levantar la voz.
Lo malo es que algunos llaman razonamiento a encontrar argumentos para seguir creyendo lo que creen.
Tratar de convencer a otra persona no deja de ser atentar contra la libertad de creer que cada uno tiene que llegar a la verdad (su verdad) por sus propios medios, porque al fin y al cabo cada convicción no es más que una historia de búsquedas, contradicciones, tanteos, errores, aciertos, correcciones, filtros y, en definitiva, experiencias.
Por eso, al final, cuando no entiendas las razones, deja de razonar... y acepta.
Y por encima de todo, sé feliz. Sin razones.
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