En cierta ocasión un rey envió varios emisarios por todo el reino para encontrar hombres llenos de sabiduría y experiencia entre los que pudiera elegir al consejero ideal. Tras varias semanas de búsqueda, solo tres individuos quedaban en liza. Para elegir entre ellos a su consejero personal, el rey decidió someterlos a una última prueba.
Los hizo encerrar en una habitación de su castillo en cuya puerta había un cerrojo con un mecanismo sumamente sofisticado. Los más grandes sabios del reino habían imaginado su complejidad.
El rey informó a los tres candidatos que quien lograra encontrar los secretos del dispositivo se convertiría en su primer ministro y consejero personal. Deseó suerte a los tres y los dejó ante la resolución del problema.
En cuanto la puerta se cerró, dos de los hombres se dedicaron a difíciles cálculos de probabilidad para intentar descubrir los secretos del complicado cerrojo. Mientras tanto, el tercero se instaló en una silla y con las manos apoyadas en las rodillas observaba a los otros dos sin intentar hacer nada con las manos para averiguar la combinación.
Mientras los dos primeros se atareaban y desmenuzaban todo tipo de hipótesis, el otro permanecía sereno, siempre sentado, manteniendo una gran distancia ante la situación, tan tranquilo que esa calma enojaba a sus competidores.
De repente, se levantó, se dirigió hacia la puerta y, sin vacilar, le dio vuelta al pomo y la abrió.
¡No estaba cerrada!
El rey recibió al sabio con una amplia sonrisa y, como había prometido, le nombró su consejero personal.
A menudo nos creemos encerrados en cárceles o sistemas a los que procuramos adaptarnos, a trancas y barrancas, y cuya salida no vemos. Sin embargo, la cárcel en la que creemos estar encerrados no lo es. Su puerta no tiene cerrojo.
Solo de nosotros depende girar el pomo para permitirnos una existencia mejor.,
Basta con decidirlo, pues somos libres aunque a veces no nos demos cuenta de ello.
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