Desde luego, hay gente que tiene
muy mala leche. Es rara la persona que se ha puesto a dieta a la que, en cuanto
ha perdido unos cuantos kilos, alguien no le dice: “pues hija, yo que tú no
perdería más, que te vas a quedar muy fea” o “total, si luego vas a volver a
engordar” o “ten cuidado no te pases y vayas a caer enferma” o cualquier
lindeza por el estilo.
Lo curioso es que la mayor pare
de las veces, quien dice estas cosas suele estar más gordo que quien las
escucha. Yo creo que en el fondo tienen envidia de que la otra persona sea
capaz de hacer lo que ella no se atreve ni a intentar y, de una manera o de
otra, se defiende atacando, aunque en el fondo le pase como a la zorra de la
fábula con las uvas que no podía conseguir “bah!, están verdes.
De todas formas, no todos los
“saboteadores de dietas” tiene, necesariamente, malas intenciones. Es más,
muchas veces no son conscientes de su comportamiento o lo hacen “con la mejor
intención”. En este apartado podemos meter, por poner un ejemplo, a las abuelas
y gente mayor en general, sobre todo a las que han pasado hambre de verdad en
la época de la guerra y la posguerra y que siguen teniendo el concepto de que
“la gordura es media hermosura” o que “no hay mejor espejo que la carne sobre hueso”
o que un niño gordo es un niño sano”, ya que en “su época” los únicos gordos
que había eren los ricos, que eran los que tenían para comer y, por tanto, de
una o de otra manera, todavía tienen asimilado gordura a bienestar y
prosperidad.
Pero, afortunadamente, nos ha
tocado vivir otra época y en una sociedad del bienestar en la que la obesidad
se ha convertido en un problema sanitario, ya que no deja de ser una enfermedad
consecuencia de una malnutrición por exceso. Y si usted ha tomado la decisión
de adelgazar, está en el camino correcto para librarse de un problema. Así que
haga oídos sordos a quienes le digan que no pierda más y siga manteniendo esa
actitud positiva que le ayudará a conseguir sus objetivos.
Además, la percepción que los
demás tiene de usted también irá cambiando, como le voy a demostrar en esta
anécdota:
Tuve en tratamiento hace años a
una mujer de un pueblo cercano a la que le sobraban muchos kilos. Cuando
llevaba perdidos entre veinte y veinticinco kilos, me dijo un día que iba
a dejar la dieta porque ya estaba un poco cansada y que además en el pueblo no
hacían más que decirle que no adelgazara más porque ya había perdido
suficiente. Como soy de la opinión que una persona se pone a dieta
voluntariamente y voluntariamente la deja, no puse objeción y después de darle
unos consejos para que no tirara por tierra lo que había conseguido, nos
despedimos. Al cabo de unos meses, volvió a aparecer por la consulta comentando
que se encontraba con ánimo de volver a empezar el tratamiento y que además en
el pueblo le estaban diciendo que estaba engordando. Hasta aquí, nada extraño.
Lo que le resultó extraño a esta persona fue que al pesarla, pesaba dos kilos y
pico menos que cuando había suspendido la dieta.
¿cómo es posible que le dijeran
que estaba engordando si pesaba incluso menos que cuando le decían que estaba
muy delgada? Pues simplemente por una cuestión de percepción, comparación y
acostumbramiento. Me explico. Al principio comparaban a la mujer con la imagen
que tenían de ella con veintitantos kilos más y, efectivamente, comparada con
ella, estaba muy delgada. Luego se acostumbraron a verla a diario con el nuevo
peso y la nueva figura y entonces veían a la mujer rellenita a la que le
sobraban unos cuantos kilos y pensaron que era porque había engordado, aunque
lo cierto era que había mantenido (e incluso disminuido) el peso.
O sea, como en el chiste: