Recordamos estos días
el nacimiento en Belén
de un niño que fue un gran hombre
pero que era Dios también.
En un portal solitario,
entre la burra y el buey,
parió la Virgen María
delante de San José.
Los ángeles anunciaron
a toda gente de bien
que por fin había nacido
el Mesías de Israel.
Y a adorarle todos fueron
hasta el portal de Belén
con sus humildes regalos:
un cordero, leche o miel.
Y hasta en el lejano Oriente
también se llegó a saber
y los tres Magos partieron
para adorarle también.
Y le ofrecieron al niño
oro por ser Soberano,
incienso porque era Dios
y mirra como a un humano.
Hoy en día celebramos
las Fiestas de Navidad
como otra fiesta cualquiera
en que no hay que trabajar
pero pocos la tomamos,
y es la triste realidad,
como cosa un poco nuestra:
Fiesta de la Cristiandad.
(Logroño, 20-XII-1979)
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