Cambiar un hábito por otro requiere, sin
duda alguna, un esfuerzo, ya que cualquier cambio supone modificar una serie de
comportamientos que ya tenemos instaurados en nuestro subconsciente y automatizados
en nuestro modo de vida.
Cuando hablamos de dieta y ejercicio, es
decir, de vida saludable, pasa lo mismo. Todos tenemos buenas intenciones, pero
cuando toca renunciar a la cervecita con patatas fritas cuando estamos con los
amigos o hay que ponerse las zapatillas para salir a correr, cualquier excusa
nos vale para posponer esas buenas intenciones para más adelante.
Y excusas, podemos encontrar un montón y
así nos inventamos pretextos para justificar nuestra inactividad o nuestra mala
alimentación, o lo que es lo mismo, nuestra falta de compromiso con nosotros mismos.
Pero lo peor de todo, es que nos acabamos
creyendo que esas excusas son verdad e intentamos justificarlas. La buena
noticia es que todas esas justificaciones, se pueden rebatir y podemos
encontrar tantas motivaciones como excusas.
Recuerda tu prioridad número uno: Primero
tienes que estar sano. Después, todo lo demás. Si no gozas de un buen estado de
salud físico y mental, difícilmente podrás rendir eficazmente en otros campos
de tu vida. Incluso tu imagen es un reflejo de tu salud porque una buena
alimentación, una condición física saludable y una buena calidad del descanso
nocturno tienen como consecuencia una buena imagen.
En el tema de
la alimentación ¿Quién que haya estado a dieta no ha aprovechado que tiene
invitados, o que come fuera de casa o que está nervioso, o que tiene algo que
celebrar o, o, o...? Pero puestos a
buscar excusas, una de las que se esgrimen con más frecuencia es el tipo de
actividad laboral que se realiza. Os puedo
asegurar que he conocido en la consulta a personas que ejercían trabajos
distintos y que todos los que se lo han planteado seriamente y con una actitud
positiva, han conseguido adelgazar, les haya costado más o menos.
Y si hablamos
de hacer ejercicio, siempre escucharemos la excusa de que “No tengo tiempo”.
Vamos a ver, “alma
cántaro”. Una semana tiene 168 horas. Si descontamos 8 horas diarias de sueño,
te quedan 112 horas. Quitemos 10 horas diarias de trabajo (8 horas de jornada
laboral y 2 de tareas de casa) y aun así te quedan 60 horas semanales ¿me quieres
decir, de verdad, que no puedes sacar tres horas a la semana para hacer
ejercicio? Pues que quieres que te diga. No me lo creo. Y más cuando las
estadísticas dicen que pasamos una media de tres horas ¡diarias! delante del
televisor…
Además,
siempre será mejor hacer poco que no hacer nada ya que el mero hecho de hacer
algo ya es positivo para tu cambio de hábitos porque tu cuerpo necesita ser
estimulado con una cantidad mínima de actividad física, que hecha de una manera
regular, favorece que se vayan produciendo pequeñas adaptaciones beneficiosas
para tu condición física.
En
resumen, cualquier excusa es buena para cuidarse.