He aquí otro bonito palabro de mi nueva colección: Procrastinar.
Según el diccionario de la Real Academia, es una palabra que procede del término del latín procrastinare y que significa: diferir, aplazar.
Algunos sinónimos son: posponer, retrasar, postergar, dilatar y demorar. Y es antónimo de adelantar o preceder.
Hablando de procrastinar, tengo que reconocer un par de cosillas:
La “prime” es que al buscar su definición en el DRAE, me acabo de dar cuenta que decía mal la palabra, ya que yo creía que era procastinar y me estaba comiendo la r de la sílaba cras (en mi descargo diré que la había visto escrita de esa manera).
La “segun” es que por tendencia natural soy un procrastinador nato y que me cuesta mucho vencer esa tendencia y aunque intento ir reduciendo sus efectos, sigo tropezando en la misma piedra más a menudo de lo que quisiera (a lo mejor es porque siendo estudiante, mi amigo Sus me regaló un poster de Snoopy con la frase “he decidido ser más sensato desde mañana” y me dijo que tenía que leerla todos los días).
Al procrastinar cargamos el día siguiente de tarea extra (siempre y cuando no volvamos a procrastinar, claro) y además autogeneramos dosis extras de ansiedad y estrés por el malestar psicológico que nos crea esa lucha interna entre los argumentos a favor y en contra de dejar las cosas para más adelante.
El problema suele ser que cuando empezamos a procrastinar nos solemos encontrar demorando una y otra vez esa tarea que nos habíamos propuesto llevar a cabo hace… semanas!!!
En el acervo (bonito palabro también) encontramos un refrán que dice: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.
Y hay que dejar muy claro que procrastinar no es retrasar una tarea porque ha surgido algo más importante y por tanto su nivel de prioridad ha cambiado.
Muy al contrario, el objeto de la procrastinación suelen ser aquellas tareas que si nos ponemos a ellas, las podemos terminar en un tiempo más o menos breve y aquellas que aunque hay que hacerlas, no nos apetece hacerlas ni hartitos de vino.
Para estas tareas siempre vamos a encontrar excusas del tipo “ahora no me apetece”, “ahora no estoy mentalizado”, “exige demasiado trabajo para lo que es”, “ahora no es el mejor momento”, “siempre hay otra cosa más atractiva o más fácil que hacer” o como dice el humorista José Mota en su programa de televisión “esto lo voy a hacer fijo, pero hoy no… MAÑANA”.
Pero afortunadamente el cerebro humano es más maleable de lo que nos creemos y aunque nos cueste trabajo, con un poco de buena voluntad y propósito de la enmienda, podemos ir cambiando poco a poco nuestros malos hábitos por otros un poco mejores y en el caso de la procrastinación, también.
Busquemos el lado positivo de las cosas. Cualquier tarea, por mala que sea, puede tener un lado positivo, constructivo o didáctico (siempre se puede aprender algo). Utiliza esa parte positiva para ponerte en marcha.
No huyas. En muchas ocasiones la procrastinación viene del miedo ya que nos enfrentamos a una tarea que hay que hacer pero que lleva consigo una situación tensa o que nos genera temor… y ansiedad. Aunque nos cueste, solo por lo tranquilos que nos vamos a quedar por quitárnosla de encima, ya merece la pena no postergarla.
Sé solidario. Piensa que en ocasiones, el dejar algo para más tarde influye directamente en la vida o en el trabajo de otras personas. Si es así, utiliza este argumento para no retrasar la tarea y que los demás no echen pestes de ti.
No te autoengañes. Aunque no lo pone en el diccionario, en muchas ocasiones procrastinar es sinónimo de autoengaño, aunque solo sea por los argumentos que utilizamos mentalmente para dejar las cosas para mañana.
Hazlo ahora. No hay otro momento.
Y valora lo que ganarás cuando lo termines, aunque solo sea quitártelo de en medio o comprobar que esa tarea no es más fuerte que tú.