sábado, 28 de mayo de 2011

imbéciles

Cada día, por mucho que nos esforcemos en ser felices, aparecerán en nuestras vidas unas fuerzas extrañas que tratarán, voluntaria o involuntariamente de amargarnos la existencia y dar al traste con nuestra felicidad. Son los imbéciles, esos individuos que nos crean dificultades suplementarias por su propia estupidez, por ignorancia, antipatía o, a veces, por pura maldad. 
Cuando tropiezas o te cruzas con ese elemento que te cae tan mal seguro que piensas “¡Menudo imbécil!” y notas como si tu alegría interior se esfumara…
Un consejo: No les concedas la menor importancia. No los juzgues ni intentes luchar contra ellos. Simplemente detéctalos y aplica la fórmula de “contar imbéciles”. 
Piensa: “Vaya, ya me he encontrado con el primer imbécil del día”. Y en cuanto alguien te intente amargar tu precioso día, te dé una mala contestación, te atienda mal o te haga sentir incómodo, dite a ti mismo: “Aquí tenemos al imbécil número dos”.
Lo de contar imbéciles se puede convertir en un deporte apasionante. Si lo realizas en condiciones notarás que hasta se apodera de ti una especie de ansiedad por encontrar al siguiente y cuando aparezca, experimentarás una satisfacción interna mientras, con una sonrisa en los labios, te dirás: “¡Qué día! Ya llevo veintisiete. Esto va para el Guinness”.
Apunta el número de imbéciles del día y al final de la jornada contabiliza si has tenido más o menos que el día anterior. 
Puedes llevar un registro para saber qué día de la semana o del mes es más propicio para encontrarte con ellos y hasta es posible que puedas ser, con el tiempo, capaz de predecir con más o menos exactitud la fecha en que más imbéciles se cruzarán en tu camino.
En definitiva: No dejes que se cumpla esa máxima que dice: “Hoy hace un día precioso. Verás como aparece algún imbécil y lo jode”. 
Aunque lo intenten.


domingo, 15 de mayo de 2011

mirada interior

Cuentan que un mendigo llevaba un montón de años sentado a la orilla de un camino.
Un día pasó por allí un desconocido.
“Una monedita, por caridad”, murmuró mecánicamente el mendigo mientras alargaba su mano.
“No tengo nada que darte”, dijo el desconocido. Después preguntó “¿qué es eso en lo que estás sentado?”
“Nada” contestó el mendigo. “Solo una caja vieja. Me he sentado en ella desde que tengo memoria”
“¿Y alguna vez has mirado lo que hay dentro?” preguntó el desconocido
“No” dijo el mendigo “¿Para qué? No hay nada dentro”
“Échale una ojeada” dijo el desconocido.
El mendigo, refunfuñando, se levantó y abrió la caja. Con asombro, incredulidad y gran alegría, vio que la caja estaba llena de monedas de oro.

¿Por qué nos empeñamos en buscar soluciones afuera sin atrevernos a mirar dentro de nosotros mismos? ¿Por qué mendigamos migajas de aceptación, de seguridad, de amor, de placer, de paz, de alegría… mientras tenemos en nuestro interior un tesoro infinitamente mayor que todo lo que el mundo exterior nos pueda ofrecer?